Artículo publicado en el diario digital Asturias24, en enero de 2016.
No sé por qué lo hizo.
A mí a veces me pasa que necesito desahogarme hablando con alguien.
Era una madrugada a finales de agosto. Aquel mes 7 mujeres fueron asesinadas por el hombre que había sido su pareja. La amiga de una de ellas decidió acompañarla a recoger a sus cosas para irse de casa y se convirtió en la octava víctima. Encontraron juntos los dos cadáveres, tenían sólo 26 y 24 años.
Al otro lado del teléfono contestó la voz sedosa y ambigua de un locutor de radio. Siempre dudé si los casos de esos consultorios serían reales; ahora pienso que lo importante es que se presentan como ciertos y sirven de ejemplo a todo el mundo que los escucha.
La mujer de la llamada se presentó como Dolores. Era un ama de casa de 35 años que no se atrevía a separarse por miedo a la reacción violenta de su marido. Me impresionó de inmediato la tristeza y sencillez con las que hablaba.
Yo escuché la grabación unos días más tarde gracias a la intervención de Isabel Calvo, una de esas idealistas obstinadas en hacer del mundo un lugar mejor: se había enterado del caso y estaba avisando a las compañeras para presentar una denuncia colectiva.
El locutor lanzó unas cuantas preguntas sobrevolando el problema y Dolores respondía precisando detalles: se había cansado de vivir así… No sabía cómo hacer para dejarlo… Era un hombre muy celoso….No le permitía salir ni trabajar fuera de casa… Necesitaba un sitio para esconderse y alguien que la ayudara porque sabía que iría a buscarla.
Enseguida me agobió que tardara tanto en derivarla a un servicio especializado y decidí que si no mencionaba al menos el centro de servicios sociales, no sólo firmaría; me ofrecería incluso a redactar esa queja si hiciera falta.
En vez de eso la interrumpió de repente para aclararle que no era su función ni la del programa ayudarla a separarse. Creí que la conversación terminaría en ese momento pero pensé “¿para qué estarán entonces?”. Lo averigüé a continuación cuando le pidió que recordara el tiempo en que había estado enamorada de su marido:
– Lo podrías intentar de nuevo.
– No puedo ya.
Él le habló del amor. Ella de que vivir con tanto dolor no tenía sentido.
Él de la esperanza. Ella de que trataba de buscar una salida pero tenía miedo.
No sé cómo se sentiría ese hombre si no pudiera hacer su trabajo, ni ningún otro. Si viviera de prestado en casa de otra persona que controlara sus actos. A la que tuviera que servir por el día y con la que dormir por las noches. No sé cómo se sentiría, igual sería muy feliz en esas circunstancias. Porque a ella le dijo que tenía un problema de actitud. Y que tenía que solucionar «“su problema” de tristeza» aprendiendo a ver la vida de otro modo para dejar de transmitir “amargura” y “asco” – sí asco – a quienes le rodeaban (que por otro lado no era más que su marido ya que había quedado claro que no la dejaba relacionarse con nadie más).
La grabación entera dura media hora y puede consultarse aquí.
Al final a mí también se me estaba generando un problema de actitud y me apetecía acampar delante del estudio hasta lograr que suprimieran ese maldito programa, pero de pronto ella hizo algo que me sorprendió y que no he olvidado. Con más curiosidad que otra cosa se dirigió a él y le preguntó abiertamente: “¿entonces la culpa es mía?”. Se me cayó el alma a los pies al escuchar aquello. Por un instante me pareció que él sentía lo mismo porque se lanzó a corregirla, o quizás fue la inercia de llevarle la contraria. “No no no” le contestó. Y le pidió que llamara otro día para ayudarla a superar esas trabas que se ponía a sí misma con tal de no ser feliz.
No sé si hablaron más veces. Pocos días después el programa redujo su alcance y dejó de emitirse a nivel nacional pero no encontré ninguna explicación al respecto. Quiero creer que las numerosas denuncias de las personas y colectivos que nos interpusimos, tuvieron siquiera un poco de peso en la decisión que tomó alguien; aunque no me atrevería a afirmarlo rotundamente. Os aseguro, eso sí, que duermo mejor sabiendo que acecha un peligro menos a quienes están en vela. Sin embargo a veces pienso en la mujer de la llamada… en el tono triste de su voz al preguntar si la culpa era suya… Y deseo sinceramente que al final las cosas le fueran bien.
También recuerdo algo que decían sobre Hannibal Lecter en la saga El silencio de los corderos: si gritas pidiendo auxilio no todo el que responde quiere ayudarte y a veces sólo escuchas, a lo lejos, un gemido lúgubre y hambriento.