Reflexionando acerca de la problemática del plástico, tan de actualidad en los últimos tiempos, me planteo que podría enumerar un sinfín de datos sobre la sobreproducción de objetos plásticos, su compleja y mayormente tóxica composición, las nefastas consecuencias para el medio ambiente y la salud de las personas o el gran negocio que se esconde tras este sistema de producción basado en el usar y tirar del plástico de un solo uso, en la obsolescencia programada y en el “consume y sé feliz”.
Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme ¿Qué puedo hacer yo al respecto?¿Acaso no tengo una parte de responsabilidad en este asunto?¿No soy yo una parte del problema y, por tanto, de su solución?¿Quién me obliga a ser una marioneta en manos de un sistema de multinacionales y lobbys que manejan esta enorme red de plástico?
Finalmente, siempre llego a la misma conclusión. Cuando tomo conciencia, cuando me hago cargo, cuando dispongo de información fiable sobre lo que realmente está ocurriendo y sus consecuencias, cuando decido pasar a la acción, en ese momento dejo de ser parte del problema y me convierto en parte de la solución.
No podemos seguir cruzados de brazos para continuar cómodamente en nuestra zona de confort viendo como todo se desmorona a nuestro alrededor, sin mover un solo dedo para buscar soluciones. Preservar la salud del planeta para las generaciones futuras es uno de los grandes proyectos que deben guiar a cualquier persona en su vida, no digamos ya a cualquier líder en cualquier institución. Sin embargo, se pasa de puntillas para no hacer demasiado ruido, puesto que supondría adquirir compromisos que provoquen cambios en nuestra actual forma de vida y, aunque ya conocemos la gravedad del asunto, parece que esta patata caliente nos quema los dedos y pocos son capaces de cogerla sin temor.
Debemos darnos cuenta de que nuestra forma de consumir puede marcar la diferencia. Consumir de manera consciente supone asumir que mis decisiones sobre cómo y qué compro aquí y ahora, tienen una repercusión real en el resto del planeta. Cuando muchas personas toman esta actitud, el cambio se produce.
Nadie podrá decir que sea fácil, que no suponga un esfuerzo, pero merece la pena ponerse manos a la obra y consumir teniendo en cuenta cuál es la procedencia de ese producto que voy a adquirir, en qué condiciones se ha fabricado, qué daños causa al planeta y las personas, qué sustancias contiene, qué residuos genera, qué repercusiones tiene para la salud de las personas.
Estas y otras cuestiones deberían plantearse antes de llenar un carro de la compra con alimentos sobreenvasados en plástico que acabara en el mar con toda probabilidad, pero también en nuestros organismos; antes de adquirir esa ropa de última moda a bajo precio fabricada en condiciones de esclavitud, también con materiales plásticos y contaminando el aire y el agua de lugares en el llamado “tercer mundo”; antes de pensar que puedo consumir productos plásticos de un solo uso porque “yo ya reciclo”, cuando el reciclaje ha dejado de ser la solución porque tan solo una mínima parte se recicla y la mayor parte acaba en forma de microplásticos por cientos de años en la naturaleza y en los seres humanos.
Naturalmente, no toda la responsabilidad es nuestra, la solución final al problema no depende de nosotros sino de quienes fabrican y producen y de sus intereses. Sin embargo, con este cambio en nuestra manera de consumir podemos influir de tal modo en el sistema que los propios fabricantes adopten estos cambios como propios para adaptarse a las demandas de los consumidores. Entonces se producirá un enorme avance hacia un sistema de vida sostenible en el que la vida con calidad y no sólo con cantidad sea posible.
Como dijo Mahatma Gandhi ”Sé tú el cambio que quieras ver en el mundo”, consume desde la conciencia y la responsabilidad, hazte cargo de tu propio poder como consumidor.
La autora de este artículo es Arantza del Rosal, candidata de Alternativa Verde por Castrillón – EQUO