Una vez más nos conmueve la terrible noticia de la agresión a una mujer. Una brutal agresión a manos de quien en su día dijo quererla. En quien confió hasta el punto de compartir la ilusión de un proyecto de vida en común.
Pero no se puede negar que resulta más impactante cuando estas situaciones ocurren tan cerca de nuestras casas. En nuestra ciudad. En nuestro propio barrio. En Oviedo.
Siempre surge la pregunta, y la frustración que va detrás, de si se podría haber impedido. Si esa persona con la que a lo mejor te has cruzado por la calle podría hoy tener una sonrisa en la boca si hubiéramos actuado antes. Y la respuesta es muy dura. Porque sí, efectivamente, podría haberse evitado.
La violencia de género responde a causas estructurales. Es decir, es la propia sociedad machista la que permite que los casos se disparen debido:
- a la poca valoración que tienen la mujeres
- a su posición de vulnerabilidad dentro del sistema
- a las construcciones culturales que denostan su imagen
- a las situaciones de dependencia económica que sufren como consecuencia de su integración aun incompleta en el mercado laboral
- a la legitimidad que algunas personas le dan al empleo de la violencia contra las mujeres si estas no hacen lo que se espera de ellas
- etc…
El Estado debe responsabilizarse, como garante de la paz y los derechos sociales, de todos los tipos de violencia que pueden darse en el seno de una sociedad. Desde la violencia de las mafias a otros tipos de violencia doméstica que se dan en las familias. Pero la violencia con claras raíces estructurales y sistémicas es la que supone una infamia para los poderes públicos, en tanto que la política es el mecanismo que tenemos para construir nuestro sistema de organización social.
Es posible acabar con la violencia machista del mismo modo que erradicamos el abuso físico como un modelo normalizado en las escuelas. Es posible erradicar la violencia machista si tenemos bien claras las causas culturales que subyacen en el problema y si entendemos el agravante de odio que implican estas agresiones, no por cuestión racial, o por orientación sexual, sino por la misoginia propia de los sistemas patriarcales de los que provenimos.
Es posible hacerlo si mantenemos el consenso social para decir NO a la violencia de género y un compromiso político firme que no se resquebraje en los momentos de crisis, justamente cuando la vulnerabilidad de las víctimas aumenta y las políticas para la igualdad son más necesarias que nunca.