Una de las situaciones más dramáticas que estamos viviendo en esta época de crisis por la COVID-19 es la que se está produciendo en los Centros Residenciales de Personas Mayores. Una Residencia es un sustituto del hogar. No es un Hospital para personas mayores. No tiene la estructura, ni los recursos ni el personal de un Centro Sanitario, y no debe tenerlos, puesto que entonces estaríamos hablando de un Hospital Geriátrico. Es y debe ser su casa, es más, deberíamos dejar de hablar de Residencias y/o Centros Residenciales y utilizar otra terminología como Alojamientos para Personas Mayores, Unidades de Convivencia… Cuando no es posible continuar viviendo en su casa, al precisar apoyo a su déficit de autocuidados, la mal llamada Residencia pretende y debería ser su equivalente en todos los aspectos.
Hace algunos años, la mayoría de las y los residentes tenían un buen nivel de autonomía personal, especialmente en el desarrollo de las AVBD y en su situación de salud. En Asturias la esperanza de vida se ha incrementado notablemente. Somos un Territorio especialmente envejecido, en el que las estructuras de apoyo familiar que existían en la época de nuestras abuelas ya no están. Las personas usuarias de Recursos de Alojamiento son cada vez más mayores, con mayor déficit de autocuidados, con más problemas de salud asociados y, por tanto, requieren otro tipo de cuidados, cuidados en todos los ámbitos, no sólo en el aspecto físico, sino también emocional, social y espiritual (y no me refiero a la acepción religiosa).
La eclosión de la COVID-19 ha acentuado el problema. Un espacio con alta densidad de gente frágil, escasa separación entre personas, y muchos espacios y superficies comunes, es un espacio potencialmente ideal para la transmisión y favorece las medidas de confinamiento en las propias Residencias, mediadas restrictivas, en consecuencia, para las visitas.
¿Cómo podemos proteger a las personas mayores que viven en una Residencia de las actuales? No es nada fácil. Utilizando el símil del castillo, la residencia es como un castillo. Una vez garantizado, por ejemplo, mediante test, que las y los residentes y el personal, en aquel momento concreto, no son positivos, la infección solo puede venir de fuera. Aunque restrinjamos o prohibamos las visitas y las salidas, el personal sale cada día y va a su casa, y entra personal de mantenimiento o similares. Toda esta gente, familiares y visitantes, cuando han podido ver a los residentes, o cuando éstos salen a consultas médicas al Centro de Salud u Hospital, a veces van acompañados de sus familiares, es decir, por seguir con el símil, salen del castillo, pero sin armadura. Y si entra el virus, las y los residentes, frágiles, con muchas zonas comunes e interrelación constante, son dianas fáciles. ¿Qué podemos hacer?
No tenemos demasiadas herramientas. No hay vacunas, El distanciamiento es difícil. El uso de mascarillas complicado. Estamos hablando de personas mayores, muy mayores, y frágiles, muy frágiles, que no siempre están en condiciones de entender y cumplir determinadas medidas. Ventilación, cribas, sí, pero desengañémonos, una PCR o test de antígenos no es más que una fotografía de un momento concreto. Podemos estar incubando o ser negativos o infectarnos después del test. Es útil, claro, pero sirve limitadamente. No es una garantía absoluta. Limitación de contactos externos, sí, pero tengamos en cuenta que hablamos de personas no solo dependientes físicamente, sino también emocionalmente. Romper el contacto con su familia y/o amistades puede significar un daño irreparable, las salvaremos del virus, pero no de problemas emocionales o problemas de salud mental irreparables.
Debemos repensar el modelo residencial
Nos hacen falta estructuras arquitectónicas diferentes, con calidad y calidez, que favorezcan el sentimiento de “Hogar” de “Casa” y que posibiliten el aislamiento cuando sea necesario, pero no de todo el Centro Residencial.
Nos hace falta un nuevo Marco Conceptual en las Políticas y Servicios para Mayores, pasar del modelo asistencial a la Planificación Centrada en la Persona, unido al Modelo Orem.
Nos hace falta más personal y otro perfil de personal, más formado y con estabilidad laboral.
Nos hace falta ser capaces de hacer una detección y una respuesta precoz y enérgica de las necesidades de cuidados de las personas mayores. La sociedad ha cambiado y sus necesidades también.
Es necesario, y además es un Derecho, hacer partícipes a las personas mayores en el funcionamiento del Servicio de Alojamiento, en el día a día, no dárselo todo decidido.
Las Residencias que actualmente forman parte de nuestro entramado social tienen que cambiar, y ese cambio no puede ser solo una promesa del Gobierno de turno en esta época de crisis, promesa que quede en el saco de las incumplidas, o como decía un Consejero, de las no factibles.