De lo que no tiene nombre no se habla, aquello de lo que no hablamos no existe. Por eso es tan importante designar con el lenguaje las realidades concretas que queremos visibilizar. Porque contra los problemas que no existen de manera consciente no es posible articular una lucha racional.
Ésta fue la principal razón que movió a las asociaciones de mujeres, y al personal técnico que trabaja con familias, a cuestionarse el que todos los casos de violencia entre los miembros de una misma familia se englobaran bajo el término genérico de violencia doméstica.
Dentro de la violencia doméstica siempre han coexistido dos tipologías diferentes. De un lado la que podría atribuirse a las propias características de la familia o a los problemas psíquicos o emocionales de las personas que agreden. Es una violencia identificada y rechazada socialmente. Ligada en muchas ocasiones a la marginalidad, al consumo de drogas, los desequilibrios de personalidad o la propia historia de la familia. Existen muchas razones insondables por las que un hijo puede agredir, por ejemplo, a su padre, pero la razón no será nunca que piense que ese es el comportamiento que se espera de él.
De otro lado se da la violencia que realmente dispara las estadísticas de violencia doméstica. La que sufren las mujeres a manos de su pareja masculina está ligada al modo de entender el propio vínculo afectivo. Es silenciada socialmente. Y es independiente de otros factores externos como el nivel cultural o socioeconómico. Además no tiene por objeto finalizar la relación sino perpetuarla.
Por lo tanto si responde a causas distintas, sigue un patrón distinto, tiene otra prevalencia y requiere un tipo distinto de intervención social, la violencia contra las mujeres por parte de sus maridos, novios o exparejas constituye una problemática diferenciada del resto aunque todas se den dentro del mismo entorno familiar. Así surge el término violencia de género.
El adjetivo “de género” indica que se produce a raíz del modo en que la sociedad entiende cómo debe ser el comportamiento de los hombres, de las mujeres, y la relación entre ambos.
En ocasiones la violencia de género recibe el nombre de violencia machista. Efectivamente al igual que es un tipo de violencia doméstica también es un tipo de violencia machista. Pero esta última encierra una definición mucho más amplia y se puede aplicar también a las agresiones sexuales, al matrimonio forzado, y a otras formas de violencia explícita o implícita como la desigualdad salarial o la feminización de la pobreza.
Un término aun más amplio sería si hablamos de violencia patriarcal, que es aquella derivada de vivir en una sociedad jerarquizada en función del sexo. Incluye tanto las violencias machistas y las homófobas como las agresiones hacia los hombres que no cumplen el rol social que se les asigna. Los hombres que no se ajustan al modelo de agresión y competencia que se espera de ellos. Los que se atreven a no ser siempre los más valientes. Y a cualquiera que muestre sensibilidad y respeto hacia “lo femenino”.